miércoles, 2 de noviembre de 2011

Cómo ayudar a los más pequeños a tener confianza en sí mismos


Se necesita tener confianza en sí mismo para ser un niño, ya que de pequeños se enfrentan a muchos retos. Para llegar a conseguir este objetivo, los padres tienen un papel fundamental.
 
Uno de los puntos principales es que los niños no desarrollan confianza en sí mismo sólo porque sus padres les digan que son geniales, sino gracias a los reconocimientos de sus logros, ya sean pequeños o grandes.
Por ejemplo, cuando los niños alcanzan un logro, ya sea cepillarse sus dientes o montar en bicicleta, tienen una imagen de sí mismos como personas hábiles y capaces, por la cual cosa comienzan a tener una idea de “"¡Yo puedo hacerlo!”. Es en este momento  donde los padres pueden ayudar a los niños facilitándoles oportunidades para practicar y perfeccionar sus habilidades, permitiendo que cometan errores y animándoles para que sigan intentándolo.
Uno de los consejos para los padres es que respondan con interés y entusiasmo cuando los niños demuestren una nueva habilidad, por ejemplo premiándolos con halagos cuando alcancen una nueva meta o hagan un esfuerzo.
A base de oportunidades, preparación y mucha paciencia por parte de los padres, los niños pueden llegar a dominar habilidades como amarrar los cordones de los zapatos o arreglar la cama. El objetivo final de todo esto es que cuando aparezcan otros retos importantes, los niños puedan enfrentarse a ellos con gran seguridad, la cual ya habrán obtenido con gran éxito en otras áreas.

Cuento sobre la autoestima y la confianza. “La extraña pajarería”

Allí pudo ver cientos de huevos agrupados en pequeñas jaulas, cuidadosamente conservados. El señor Pajarian llegó hasta un grupito en el que los huevecillos comenzaban a moverse; no tardaron en abrirse, y de cada uno de ellos surgió un precioso ruiseñor. 

Fue algo emocionante, Nico estaba como hechizado, pero entonces oyó la voz del señor Pajarian. Hablaba con cierto enfado y desprecio, y lo hacía dirigiéndose a los recién nacidos: "¡Ay, miserables pollos cantores... ni siquiera volar sabéis, menos mal que algo cantaréis aquí en la tienda!"- Repitió lo mismo muchas veces. Y al terminar, tomó los ruiseñores y los introdujo en una jaula estrecha y alargada, en la que sólo podían moverse hacia adelante.
A continuación, sacó un grupito de petirrojos de una de sus jaulas alargadas. Los petirrojos, más creciditos, estaban en edad de echar a volar, y en cuanto se vieron libres, se pusieron a intentarlo. Sin embargo, el señor Pajarian había colocado un cristal suspendido a pocos centímetros de sus cabecitas, y todos los que pretendían volar se golpeaban en la cabeza y caían sobre la mesa. "¿Veis los que os dije?" -repetía- " sólo sois unos pobres pollos que no pueden volar. Mejor será que os dediquéis a cantar"...

El mismo trato se repitió de jaula en jaula, de pajarito en pajarito, hasta llegar a los mayores. El pajarero ni siquiera tuvo que hablarles: en su mirada triste y su andar torpe se notaba que estaban convencidos de no ser más que pollos cantores. Nico dejó escapar una lagrimita pensando en todas las veces que había disfrutado visitando la pajarería. Y se quedó allí escondido, esperando que el señor Pajarian se marchara.
Esa noche, Nico no dejó de animar a los pajaritos. “¡Claro que podéis volar! ¡Sois pájaros! ¡Y sois estupendos! “, decía una y otra vez. Pero sólo recibió miradas tristes y resignadas, y algún que otro bello canto.

Nico no se dio por vencido, y la noche siguiente, y muchas otras más, volvió a esconderse para animar el espíritu de aquellos pobre pajarillos. Les hablaba, les cantaba, les silbaba, y les enseñaba innumerables libros y dibujos de pájaros voladores "¡Ánimo, pequeños, seguro que podéis! ¡Nunca habéis sido pollos torpes!", seguía diciendo. 
Finalmente, mirando una de aquellas láminas, un pequeño canario se convenció de que él no podía ser un pollo. Y tras unos pocos intentos, consiguió levantar el vuelo... ¡Aquella misma noche, cientos de pájaros se animaron a volar por vez primera! Y a la mañana siguiente, la tienda se convirtió en un caos de plumas y cantos alegres que duró tan sólo unos minutos: los que tardaron los pajarillos en escapar de allí.
 
Cuentan que después de aquello, a menudo podía verse a Nico rodeado de pájaros, y que sus agradecidos amiguitos nunca dejaron de acudir a animarle con sus alegres cantos cada vez que el niño se sintió triste o desgraciado.

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